Recuerdo que mientras me contaban, la comida se fue haciendo un nudo en mi estómago, recuerdo que llegó el momento en que ya no pude tragar más. Había muerto un niño, o mejor dicho, un adolescente, aunque la verdad para mí es lo mismo, así los manuales aseguren que a esa edad nos empezamos a alejar de la infancia.
Falleció hace poco. No había agua en la piscina y él y sus compañeros de aventuras decidieron darse un chapuzón en la presa de El Cornito. Quizás otras veces lo habían hecho, ¿por qué no repetir la dosis?, nunca había pasado nada. Hasta quién sabe si se preguntaban de dónde salían todos esos regaños por supuestos peligros relacionados con el lugar.
No imaginaban que de la manera más cruenta comprobarían el origen de tanta alerta. Apenas iniciaban el octavo grado y ya tendrían un momento fatalmente inolvidable, verían ahogarse a un compañero de clases, el mismo que minutos antes reía o tal vez bromeaba con alguien; el mismo que en casa esperaban sano y salvo.
Cuántas personas más deben morir en las presas para que la conciencia colectiva asuma que aunque lo parecen, no son balnearios ni siquiera para los animales, y mucho menos talleres de limpieza de carros, pues la grasa de estos contamina sobremanera el ambiente. Existen para almacenar agua con distintos fines, entre ellos el consumo poblacional y el regadío en la agricultura.
De todos los usos incorrectos el baño humano es el más repudiable, porque pone en riesgo la vida. Los fondos irregulares, fangosos, de profundidades variables e invisibles para los ojos constituyen elementos de suma peligrosidad al refrescarse en esos espacios. Es muy fácil quedar atrapado, incluso, a los más avezados nadadores les sucede.
Todo se complica con las plantas acuáticas propias de estos sitios, que como mismo tienen altos valores ornamentales y biológicos, su proliferación puede convertirse en trampas para los bañistas y dificultar las labores de salvamento ante un accidente.
Si para colmo los implicados no respetan los tiempos de digestión en caso de comer algún alimento, o se les ocurre incluir en el programa bebidas alcohólicas, la parca tiene la mesa servida.
Está prohibido utilizar las presas como zonas de baño, pero al igual que sucede con fumar en las escuelas y los hospitales, o beber en el estadio de pelota, la medida cae en un saco roto, muy roto, carente de multas y escarmientos más serios apegados a las leyes que duermen su sueño eterno.
Siempre optamos por pensar que la mala suerte será la suerte de otros, nunca la nuestra, y ser irresponsables se presenta como el pan de cada día. No son pocos los adolescentes y adultos que han muerto por esta causa, y cada una de sus historias empezaron por una alocada decisión.
Ocurre que olvidamos. Ahora muchas personas comentan este reciente suceso, triste, demasiado triste, y que incluyó hasta la falta de previsión de un maestro, muy joven por cierto, y eso hizo todo más lamentable.
Pero mañana no se hablará más al respecto, y otra vez algunos padres dejarán de chequear las rutas de sus hijos, o estos les mentirán si ellos preguntan, o el permiso para dirigirse a un lado se tomará para coger otro rumbo. La presa volverá a estar ahí, y la pregunta nuevamente será: ir o no ir. Optar por el NO representará haber entendido qué significa ser responsable, o sencillamente, quererse la vida.
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