Conozco a uno que cambió de trabajo solo para poder cuidar a su pequeña; a otro que se divorció de la madre de sus hijos, pero no de ellos; a uno que si su parvulito está enfermo no se puede concentrar en nada, y solo él sabe la cuota de infelicidad que está soportando para evitarle profundas tristezas.
Veo pasar por mi barrio a otro que sin que los niños de la casa lleven su sangre, los ha criado como si la tuvieran; soy amiga de uno que meses atrás me dijo: “Zuci ahora sí se acabó la producción”, y recientemente lo encontré en el Facebook eufórico, chocho, bobito enseñando a su más reciente retoño. ¡Por fin el varón!, luego de dos hembras (Creo que ahora sí, Leo, debes cerrar por inventario).
Vivo, felizmente, muy cerca de un papá que aunque nunca lavó ni cocinó si la esposa estaba en casa, cuando ella debía viajar lejos por el trabajo, él, con toda la ternura de este mundo se ocupaba de sus dos criaturas. Siempre temprano para la escuela, eso sí, sin dejar de aprovechar una milésima de segundo de sueño; peinados pasados de moda para la niña y por la tarde el mejor momento, las comidas de su “propia inspiración”.
Sé de otro que cuando le dijeron del nacimiento de su vástago le dio por correr por todo el hospital, y anda todavía corriendo con él por la vida; saludo a cada rato a uno que procuró que sus infantes estudiaran, fueran disciplinados, obtuvieran lo que ganaran por su propio esfuerzo, y lo más importante, lo imprescindible, les enseñó a ser buenas personas.
Converso con otro papá que no es de dar muchos besos a sus “crías", practica formas menos tradicionales de entregar cariño; gusta de hablar fuerte y claro, pero eso no le ha impedido tener la confianza de ellos; prefiere la rectitud, pero ha sabido en qué momento soltar un poco las amarras. Entiende el valor de lo material, pero sobre todo del afecto, la presencia, el aliento.
Tengo un colega-papá que casi antes del saludo te cuenta la “última“ de sus pilluelas, que por cierto, ostentan un repertorio propio de los récord Guinness. Y a él, mientras narra, los ojos le bailan como el más iluminado tiovivo. Fui amiga de otro papá que aunque ya no está, sigue estando, y sé que andaría orondo por los pasillos de 26 enseñando a su hijo menor, hoy estudiante de ingeniería.
Ellos lo han dejado claro: ser papá es más que aportar un espermatozoide saludable, decidir el sexo con los cromosomas Y o X, o decir: “Miren, este es mi hijo”. Ellos han entendido que los niños no son plantas silvestres, se enferman, lloran por la madrugada, se orinan y algo más, hacen malcriadeces, a veces no quieren comer, les encanta el peligro... y el trabajo de educarlos es día a día, minuto a minuto, sin importar las noches de insomnio.
Bendecidos hemos estado aquellos hijos que podemos hablar de padres “todos estrellas“, con ellos a nuestro lado, y lo digo con total conocimiento de causa, la bruja de la escoba y el hombre del saco no han podido con nosotros.
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