Murió Juan Formell y Cuba que bailaba al toque de un día de
asueto, paró en firme, dejó la rueda de casino a medias y empezó a llorar al
maestro; a un hombre que escogió honrarla desde la música, y le fue fiel, y la
amó, y la hizo su musa.
Dice mi mamá que en su tiempo no había 15 sin temas de Los
Van Van; mi vecinita dice que en el
suyo, que es ahora mismo, tampoco. Así, sin el más mínimo respeto al dios
Cronos, la agrupación nacida en 1969, es imprescindible en la banda sonora de
este país, sea cual sea la época bajo la lupa.
Todo el mundo en Cuba se ha "ripiado" con su
música. Lo mismo cuando se usaban los pantalones campanas que los corte tubo;
cuando los discos eran de acetato o en días de plena era digital. Siempre, cada
generación, sin importar diferencias de circunstancias históricas y sociales,
se encontró en sus letras, halló en su ritmo una invitación irrechazable a
dejar los pies en la pista.
Eso lo vi con mis propios ojos en noviembre del 2010 durante el concierto de la orquesta en la Plaza de la Revolución de esta ciudad. Allí se congregaron más de 60 mil
personas, asistencia que terminó siendo un récord para la instalación. Abuelos
y nietos, hijos y padres, novios adolescentes, todos con sus historias de
vanvaneros, con su propio idilio de bailadores.
En aquella multitud, realmente bella y emotiva, los patones
estuvieron ausentes, no porque dejaran de ir, sino porque quién iba a cometer
el pecado de quedarse tieso o hacerse el torpe si El Tren estaba tocando. Eso
creo haberle entendido a mi hermano cuando intentó hablarme mientras sonaba
Arrasando, y lo vi a él, no muy ducho en las lides del baile, desplazarse
cómodamente con unos pasillos que estoy segura estrenó aquella noche y más
nunca ha podido repetir.
Presidiendo el mar de fanáticos estaba la peña de la
agrupación, residente en San Luis, Santiago de Cuba. ¿Se imaginan?, sus
miembros (con carteles incluidos) viajaron cientos de kilómetros solo para
verla actuar, y según supe, su hoja de ruta no tiene límites en el destino.
Cuando escuché sobre la muerte de quien consideran su Zeus pensé en ellos,
deben estar muy tristes.
En aquel concierto de dos horas Las Tunas gozó, exactamente
eso, gozó; y no dejó que el maestro partiera sin declararlo su Huésped Ilustre,
sin darle las gracias por haber fundado a Los Van Van cuando más nuestra nación
lo necesitaba, por haber experimentado con formatos musicales e instrumentos
hasta cuajar una fórmula de éxito culta y popular a la vez, por dejar vivir en
sus composiciones quiénes somos los cubanos; por ser un cronista, un genio y
por no "creerse cosa".
Cuba llora a Juan Formell; pero sabe algo, desde el trono
donde seguro ahora está sentado, él no pide lágrimas o lamentos, exige, porque
derecho tiene, el mejor de nuestros pasillos mientras suene la buena música
cubana; sí, eso, el mejor de nuestros pasillos, incluso si solo sabemos
movernos como el Buey Cansao.
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