jueves, 18 de junio de 2015

Plaza Martiana, nuestra



La vemos muy a menudo, caminamos por ella, y aún no la valoramos lo suficiente.  Olvidamos o siempre hemos ignorado su historia. Es única en Cuba, y su foto ya nos identifica. Detrás del mármol que le da forma hay relatos de vida verdaderamente apasionantes, escritos por todo aquel que ayudó a levantarla.
Hablo de la Plaza Martiana. Se hizo en pleno Período Especial, en sus cimientos faltaron los ladrillos de cerámica proyectados en los trazos iniciales y que fueron  sustituidos por otros; los trabajadores apenas tuvieron suministros alimenticios, todo escaseaba; pero el amor, anduvo millonario.
Su construcción tiene de ciencia, de historia y hasta de milagro, no es solo un monumento a la obra del autor de La Edad de Oro, que ya eso bastaría para la sempiterna reverencia; es una prueba viva, y no digo viva gratuitamente, de la creatividad humana. El estudio sobre las coordenadas solares y las sombras que respalda su existencia causaron admiración y todavía lo hacen.

Los visitantes quedan fascinados ante el reloj y el calendario regidos por el Astro Rey, al igual cuando saben del rayo de luz que besa la frente del Apóstol el 19 de Mayo. Bañada por la aureola del simbolismo y un esmerado trabajo social cumplió en marzo del 2015 dos décadas de quehacer. Su creador, el arquitecto Domingo Alás, anda complacido de lo que significa para el territorio, pero lamenta el mal uso de muchos pobladores.
Dice e imaginamos a aquellos que derraman vino, comida, vomitan, rompen botellas sobre ella, rayan los escalones y las paredes, y hasta orinan en sus cercanías, sin sospechar tal vez que las auxiliares de limpieza y las especialistas de la institución no cuentan con agua corriente ni con los suficientes implementos de limpieza, ¿y guantes?, ni hablar. Ahora, para colmo, el tragante más próximo ha quedado cerrado con las remodelaciones en el tramo del bulevar aledaño a la hamburguesería Colón.
Dice Alás y pensamos en los borrachos del sábado por la noche que al parecer, si nos guiamos por las quejas escuchadas, toman el lugar sin apenas resistencia. No se trata de vestir la Plaza con extrema solemnidad, de llegar a excesos como impedir el paso. Es un espacio público, para pasear, aprender, sentarnos a cualquier hora; para hacerlo nuestro, para sentirnos cerca del más universal de los cubanos. Él reina allí y como tal, debemos respetar. ¿Será tan difícil eso?
De igual manera el sitio necesita mantenimiento, las letras y los números sobre el mármol muestran evidentes signos de desgaste, y un serio problema con la electricidad impide la amplificación de las actividades y el encendido de las luces. Su sistema eléctrico, no diseñado para instalar grandes equipos de audios, está sobrecargado y de noche la penumbra les sirve el escenario a los malhechores.
La instalación soterrada vuelve costoso el arreglo, pues hay que picar parte del piso. El proyecto de restauración presentado por los artistas Pedro Escobar y René Peña está dispuesto a asumir ambas tareas, aunque su objetivo se ceñía a remodelar y ampliar la oficina de la Plaza; destinar un local para atender a personas interesadas en saber sobre el reciento y Martí, y otro que sirviera de almacén, así como acondicionar el patio, sede de varias acciones artísticas.
La Dirección Provincial de Cultura ha aprobado inversiones allí para el 2015 y Patrimonio se propone colaborar.  Solo falta que se muevan los astros de una vez y por todas, comience la intervención con la mira en la calidad, y que, por supuesto, no se quede solo en la pintura.
La Plaza Martiana es más que una instantánea hermosa, un paisaje urbano digno de admirar. Nos pertenece, en ella estamos, en ella somos.  

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