martes, 14 de abril de 2015

Cuentos de Feria



El pequeño Gian poco a poco va ganando confianza con sus nuevos “juguetes”, por cierto, muy diferentes a los otros. No se parecen a sus carritos multicolores, animales de plástico o al viejo caldero que a cada rato le roba a la abuela, olvidándose de todos los sofisticados entretenimientos que le rodean.
La 24 Feria Internacional del Libro trajo a casa esas novedades. Y es que mamá intenta inculcarle el apego por la lectura, puede que lo logre y quién sabe si algún día cuando Giancito sea famoso declare a la prensa: “El gusto por leer me lo enseñó mi familia”.  Quién sabe. Por lo pronto, deseemos larga vida a los noveles “inquilinos” entre sus manos y sueños.
Una pequeña buena historia de las varias que ojalá haya incentivado en los hogares tuneros la gran cita literaria, la cual, para borrar la amargura de la anterior convocatoria, vino parapetada de una amplia legión de propuestas, y las expectativas se cumplieron.
Por fin decimos que el público pudo elegir, dejarse sorprender, sentir que valió la pena hacer la cola. Todavía el domingo quedaban diccionarios básicos escolares, aun cuando resultaron por mucho los textos más vendidos. Por fin tuvimos una fiesta, no un disgusto.

Música para los oídos es saber que La Edad de Oro ocupa uno de los primeros peldaños entre las publicaciones que los lectores llevaron a sus hogares, solo resta creer ahora en el repaso consciente de esas páginas.
Otros volúmenes como el culinario Los pollos de mi cazuela, un clásico sobre religiones afrocubanas como lo es El Monte de Lydia Cabrera y el infantil Cuentos de muñecas, compilado por Magaly Sánchez Ochoa, estuvieron también entre los más populares.
En total se vendieron tres mil 528 títulos y 30 mil 319 ejemplares, lo que permitió recaudar 309 mil 359 pesos y con ello sobrecumplir ampliamente el plan de venta (260 mil). La diferencia con los guarismos del 2014 es tal que en esos dos últimos parámetros el resultado presente hace más del doble de lo obtenido en la 23 edición.  
La nueva estructura nacional de la Feria, interesada en darles a las provincias fechas exclusivas de celebración, junto a los cambios en la política de gestión comercial de las editoriales cubanas para viabilizar las compras entre ellas, permitieron la distribución más efectiva de los libros y que tuviéramos un paisaje tan agradable. Ya probamos que es posible, imaginemos ahora nuevas cumbres.
A la abundancia en los anaqueles se integró como alegría el programa más abarcador, atractivo, con propuestas mejor intencionadas, en cuyas bondades paseó el acercamiento de autores noveles y experimentados en un mismo espacio, y el mayor intercambio entre las editoriales, con destaque para La Luz (Holguín), por su obra en la edición, el diseño y el catálogo. Aunque varios de los invitados no llegaron, los presentes supieron otorgarle altos ribetes al diálogo intelectual.
Cada motivo de homenaje sintió la reverencia, especialmente el escritor Carlos Esquivel, quien al decir las palabras de despedida de la cita sugirió que la dedicatoria a un autor tunero se asuma como característica anual. A su opinión añadimos el hecho de que más instituciones culturales deben contribuir con ese agasajo.
Si en anteriores encuentros las invitaciones nocturnas andaban escurridizas y escasas, esta vez fue todo lo contrario. Junto a las actividades literarias brillaron las actuaciones musicales en la Plaza Cultural, espacio que muy bien ambientado desde la plástica y el sonido abrazaba por el día a los inquietos lectores, y por la noche,  a agrupaciones como Vocal Ancore y Danzonera.
El municipio de Puerto Padre, tan amante de la cultura como siempre, tuvo de subsede otra oportunidad para demostrar la pujanza de los literatos del norteño territorio, quienes dedicaron la ocasión al historiador de la ciudad, Ernesto Carralero.
PERO…
Aunque vivimos sustanciales cambios con respecto al calendario anterior para borrar de una vez y por todas lastimosas memorias, no podemos obviar en este resumen algunas cuestiones negativas que persistieron en torcerle el rumbo a la festividad.
En la jornada inaugural dio muy mala impresión el acomodo tardío de los textos en los puntos de venta, que para colmo no siempre tuvieron el mejor estante a su alcance capaz de ilustrar toda la variedad existente. La atención a las libreras, esas almas casi anónimas de la Feria, puede ser más esmerada, como por ejemplo llevarles agua.
Los espacios de diálogo merecieron nutridos auditorios, la realización temprano del programa, como era el sueño inicial de los organizadores y que estuvo lejos de conseguirse, y su promoción en las universidades contribuiría a desterrar ese caprichoso lunar. 
Imperdonables los problemas sufridos por el escaso parque de transporte al servicio de la Feria, y otros por razones desconocidas como fue la ausencia de equipos de audio en varias actividades, especialmente notable en la presentación de los textos ganadores del Concurso Nacional de Narrativa Guillermo Vidal, un momento que debió tener más realce.  
Puerto Padre y Las Tunas no pueden vivir como planetas distantes. En tiempo del suceso cultural más aglutinador del país tiene que haber conexión, enriquecimiento mutuo.
Podemos mencionar otros sinsabores, pero preferimos llamar la atención en  números. En el 2014 poco más de 28 mil visitantes contabilizó el festejo, en uno de sus peores resultados; ahora la cifra se acerca a más de 42 mil, según anuncia el Centro Provincial del Libro. Todo muy claro, si le ponemos pensamiento, empeño, sensibilidad y recursos, no pocos seguirán creyendo en la bella imagen de un libro entre las manos.       

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