jueves, 14 de noviembre de 2013

Foto de familia

Danielito lleva solo 6 meses en este mundo y ya casi puede competir con Messi en el número de admiradores. Hasta creo que le lleva ventaja al astro argentino, pues para alcanzar ese ránking a él no le ha hecho falta hablar, caminar o meter hermosos goles. Danielito solo ha tenido que nacer.
Muchos lo han recibido con el más importante aseguramiento, el amor. La noticia de su llegada le frunció el ceño a más de uno, porque quizás no era el  momento para encargar a la “cigüeña”, pero aun así, el apoyo vino sin demora.  
Por esta fecha el pequeño empieza a sentir los pro y los contra de tener parientes. El abuelo paterno quiere ponerle teto y la mamá no lo deja; una de las abuelas está esperando que crezca un poquito para llevarlo de excursión, y la otra grita ante una ausencia dilatada. Varias tías sobrevuelan el paisaje y su papá todavía no lo conoce, anda siendo útil por otras tierras del mundo. Para consolarse pide fotos cada tres segundos y escucha su llanto por teléfono.
El “Dani” puede decir que tiene una familia, no solo porque lazos sanguíneos le aten a otros, sino porque el cariño y el respaldo, con una saludable dosis de locura, han llegado sin reservas. Mientras pienso en su historia, vuelvo a la respuesta de mi mamá hace poco cuando la encontré frente al librero y le pregunté qué buscaba. “Ando tras unos libros para un alumno mío. Ayer me suplicó ayuda con la bibliografía de un trabajo, dice que lleva rato pidiéndosela  a sus padres y nada.”
¡Ay, la familia! Si es buena, resulta el bálsamo para un mal día, la caricia celestial cuando los senderos se tuercen, el lugar al que siempre queremos regresar; nuestro más perfecto refugio, donde sin temores decimos la palabra que nos quema dentro y somos nosotros mismos. Pero si tan importante núcleo padece de ceguera, en vez de bendición puede convertirse en condena.
El tiempo que esos padres han obviado en su apretada agenda para dedicárselo al hijo, constituye un espacio perdido de apoyo y compenetración.  No es hacerle la tarea, eso lo volvería un dependiente. Se trata de guiarlo. Si hallan la ocasión para atender esta responsabilidad, probablemente estarán ahorrando minutos de disgusto en el futuro, cuando el adolescente se haga un hombre y añoren que siga confiando en ellos.  


La familia es más que esa foto guardada en el monedero o la billetera; más que una reunión de domingo o de fin de año. No tiene vacaciones, trabaja corrido y para su puesta en escena apenas acepta ensayos, solo queda aprender de los errores. Interesante academia de la vida, una de las pocas que no da título de graduación, porque nunca acaba su período lectivo, pero sí tiene muy claro quién aprueba y quién saca dos.

Incluso, la asignatura sustancial prioriza, más que estar bajo el mismo techo cualquier cantidad de días, la actitud de mostrarse disponible emocionalmente, ser una presencia física que invierta efectivas horas en pos de una buena crianza o del apoyo necesario. Es así como ella nos forma, empina, enlaza nuestras manos de individuos a las de la sociedad  y termina como culpable, en buena medida, de cuán virtuosos podamos ser, de cuán solitarios o acompañados nos podamos sentir. 

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