Intenté que la fiesta fuera para
ellos, pero terminó siendo para mí. Gocé de lo lindo.
Se me ocurrió recomendarles a los
niños de mi barrio, justo a ellos, que aprovecharan la infancia. Lo hice
temiendo que los padres me lincharan, pero debía advertirles. Yo extraño tanto
mis subidas a la mata de guayaba.
Les propuse que si sabían escribir
hicieran un diario, donde confesaran las vivencias cotidianas, porque al crecer
tendemos a olvidar.
Recuerdo que dije: “Muchos pensadores
comparan la niñez con un borracho, todos se acuerdan de lo que hiciste, menos
tú”. Rieron con mi chiste, pero Bragdiel, de 8 años, me miró cariacontecido,
levantó su mano para intervenir como si estuviera en el aula y soltó: “¿No será
mejor decir embriagado?”.