Conozco a uno que cambió de trabajo solo para poder cuidar a su pequeña; a otro que se divorció de la madre de sus hijos, pero no de ellos; a uno que si su parvulito está enfermo no se puede concentrar en nada, y solo él sabe la cuota de infelicidad que está soportando para evitarle profundas tristezas.
Veo pasar por mi barrio a otro que sin que los niños de la casa lleven su sangre, los ha criado como si la tuvieran; soy amiga de uno que meses atrás me dijo: “Zuci ahora sí se acabó la producción”, y recientemente lo encontré en el Facebook eufórico, chocho, bobito enseñando a su más reciente retoño. ¡Por fin el varón!, luego de dos hembras (Creo que ahora sí, Leo, debes cerrar por inventario).