Faltó
poco, tan poco que cerré los ojos creyendo lo inevitable. La “chispita” (autocarril o autovía) casi
roza el carro. No hubo timbre de aviso, no hubo mirada del chofer para
cerciorarse si era oportuno pasar. Todo estaba listo para la desgracia, pero
por suerte, literalmente, por suerte, no nos pasó nada.
Parecía
cosa del destino: en esa fecha yo investigaba sobre los accidentes del tránsito. El karma definitivamente consideró oportuno una clase práctica que me
ilustrara cuán vulnerables podemos ser ante esos hechos; o una sobre el a veces
cruel significado del vocablo paradoja. Ambos saberes, luego del leve estado de
shock, fueron asumidos.
Mi
historia sucedió en un crucero, un pase a nivel en términos ferroviarios, el
lugar donde es obligatoria la parada y la extrema precaución de choferes,
ciclistas, motoristas y peatones, pues el tren comanda en dichos reinos. Es
imposible ir en su contra, sobre todo porque no puede frenar tan rápido, como
otros tipos de transporte.