Y es que Carlos además de ser
un inmenso poeta, lleva consigo la vivencia de Angola (país al que la
Feria rindió honores),
él fue uno de los tantos jóvenes que marchó a defender esas tierras; y allá,
entre la metralla y noches lejos de casa, le brotó la poesía. Poner en mi blog
sus palabras de aquel día es un honor y la mejor forma de pedir disculpas por
la ausencia. Ya sabrán por qué su discurso fue uno de los buenos. Y mientras
leen lo verán en su tiempo de combatiente, un tiempo que no ha terminado para
él, lo que ahora es otro su campo de batalla.
Quiero creer que no morí aquél día de marzo de 1989, cuando, junto a otros amigos, hablaba de poetas innombrables, en una escabrosa e innombrable aldea del sur angolano. Una ráfaga de balas trazadoras blandió círculos de aire a nuestro alrededor, un dibujo sinuoso y desapacible, una tentativa alterna y secreta, de las confraternidades entre muerte y poesía, senderos que se unían y bifurcaban bajo similares máscaras, en un incesante flujo de supervivencias. Quiero creer que salvé mucho más que un itinerario de vida, un mapa de accidentadas asociaciones entre destinos por desembocar en sus contrarios.