Febrero es
solo un pretexto, un motivo para romper la rutina. Optemos por hacer del Día
del Amor y la Amistad
una temporada de 365 jornadas, como lo han asumido los protagonistas que
presento
Rafael debía divorciarse, era un hecho. Solo
cuando vio su casa desierta de cualquier rastro de compañía (ni la cuna, ni las
fotos, ni los juguetes regados) entendió el golpe. No estaba arrepentido, sin
embargo, eso no mitigaba el dolor. Su pequeña Lil, de 3 años, dormitaba en medio
de tantas palabras sordas.
A partir de entonces, aunque cumplía con sus
obligaciones, se volvió básicamente un papá de fin de semana. Muchas veces ni
eso podía hacer por su trabajo de comercial, al andar de viaje en viaje. Optó
por aprovechar con su niña los chances libres. Las visitas continuadas a la
familia materna confirmaron que no la atendían allí como necesitaba. Imposible
quedarse con los brazos cruzados. Luchó por
la custodia y ganó la querella.
Ahora podría seguir de cerca el crecimiento
físico y espiritual de su retoño, pero las responsabilidades laborales continuaban
poniéndole zancadillas. El día del “hasta aquí” fue la “única vez que le he
mentido a mi hija. Prometí recogerla en el Círculo a las 12:00 y a esa misma
hora me mandaron de viaje, regresé a las 6:00 de la tarde y salí como loco a
buscarla. Cuando llegué el CVP dijo que la tía se la había llevado para su
casa. En mi desesperación ni me acordé que a las seños les dicen así y yo solo repetía:
¿Qué tía es esa?, nadie estaba autorizado a recogerla.”