miércoles, 5 de octubre de 2016

Zabala, eterna estampa


Murió Edilberto Agüero, Zabala, que es como decir murió parte sagrada de lo más sensible, auténtico y querido del carnaval de esta ciudad. Su fallecimiento hoy miércoles, a la edad de 83 años, víctima de neumonía y tras varias jornadas hospitalizado, es solo un paso más de la infinita evolución de su vida. 

Cuando suenen la tambora, el quimbo y la trompeta, él, ahí estará. Y volverá con su figura quijotesca a abrazar el delirio de los arrolladores, sus fieles; esos que se desviven por decir: “Me voy con Zabala”, en alegoría al apodo que nació de la admiración por un pelotero de las Grandes Ligas. 
Casi nadie llama a la comparsa por su nombre, Estampas tuneras, fundada en 1953 por los afanes de jolgorio de Edilberto, carpintero de oficio. El apelativo de la cofradía apareció una tarde en el parque sentado junto a su amigo Perea, cuando buscaban patrocinio y el porte y aspecto no era el mejor. 
Aquel día tomaba rumbo una historia que nos abraza hasta hoy, aunque ya físicamente su creador no esté, una de entrega, disciplina y respeto por las tradiciones. Se acababa el carnaval y ya estaba pensando cómo sorprender el año próximo, incluso en tiempos más cercanos, de escasez y desidias.
Así, a golpe de imaginación y estremecimiento, se convirtió en apego, en patrimonio, en Hijo Ilustre, y con él, su obra, que ya no es suya, y se fue entendiéndolo. 
Pertenece a los muchos que se preocuparon cuando sus cinco infartos; a los que le saludaban cuando lo veían con el traguito de ron en la acera y la ramita de albahaca en la oreja; pertenece a los niños que se la pasan revoloteando en tiempo de rumbón porque quieren bailar en la agrupación infantil; pertenece al pueblo de Las Tunas, sobre todo a los que se nos van solos los pies con el toque y la singular coreografía que identificamos a la legua. 
En Estampas tuneras crecieron sus hijos y nietos, y en las manos de ellos queda tamaña responsabilidad. El cuartel general de la calle Adolfo Villamar no tiene permitido callar. A la muerte, ni un tantico. Más si hasta Dios quiso confabularse, la vez que el mismísimo padre de la iglesia católica local bendijo la comparsa. 
Que eleven al cielo los pendones, que las farolas giren al compás de la brisa, que la trompeta alce su canto triste. Ha muerto Zabala, rumberos, ha muerto el rey. Pero prometió volver, hecho futuro, hecho un carnaval que se respete.

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