lunes, 28 de octubre de 2013

Los buenos se revelan



Me había extraviado. Decenas de veces anduve por allí, pero algo estaba diferente…  los colores de las casas o quizás Sandy había tumbado los árboles, no sé. Lo único cierto es que estaba perdida y no recordaba con seguridad el número telefónico del lugar hacia donde iba.
Alguien me escuchó sugerir: “Necesito un teléfono.” Y no se dijo más, la señora abrió su modestísimo hogar y llamé, o bueno, por los menos marqué unos dígitos que resultaron ser los equivocados.
“Mijita regresa con calma por donde viniste, y si por fin no encuentras la dirección, vuelve acá que ya inventaremos”, afirmó ella. Su propuesta dio resultado. Ya calmada, desde la casa de mi amiga, la llamé y agradecí su gesto.
Hace un tiempo extravié mi agenda, especie de libro sagrado y sin la cual, puedo competir con un zombie. Supuse que la había dejado en la caseta del teléfono público (uno de los lugares donde más tiempo he perdido y ganado), volví corriendo, pregunté a los que estaban cerca, los enamorados, los cuentapropistas, los locos, ni el rastro. Ya me veía “monteando” cada guarismo, cada correo anotados durante años.