jueves, 9 de mayo de 2013

El padre que necesitó jugar en terreno “enemigo”



El mismo hombre que nos preguntaba por qué los cubanos contábamos casi siempre la historia de nuestro país a partir de la llegada de los españoles a la Isla, obviando la huella aborigen, confesó a todos pocos días después que sus hijos estaban absortos con las redes sociales. 

“Casi no puedo hablar con ellos, llegan a casa y van directo para el ordenador”, dijo algo triste.
Aquel docente de la Universidad de Guayaquil, Ecuador, estaba algo resentido con esos inventos ultramodernos; aún así, los más jóvenes del círculo de comunicadores que por entonces coincidíamos en La Habana, se arriesgaron a darle lo que entendieron como la solución ideal: hablar con sus párvulos a través de las redes sociales. Sacar su perfil de Facebook y activar el chat cuando los viera conectados.

El “profe” sonrió, agradeció el consejo y dijo que lo intentaría; pero sus ojos lo delataban: no estaba del todo convencido, al parecer sentía añoranza del tiempo cuando sentaba a sus pequeños en las piernas, les contaba historias y preguntaba cómo le había ido en la escuela, así frente a frente, sintiendo sus olores, su sudor, acariciándoles el pelo, sin una pantalla fría de por medio.